viernes, 20 de enero de 2012

"El año en que nací": las caras de una historia chilena reciente


(Foto archivo Santiago a Mil) 

Arriba del escenario diez actores corren como si se tratara de la maratón por la educación, mientras uno anuncia con un altavoz el número del año que cada uno representa. Abajo, en las butacas, el amigo sentado al lado izquierdo de la joven directora de la obra le susurra: “¿Y esto no era un ensayo?” Ella le responde medio afligida: “Síiii , pero está todo el mundo”. Su compañero de la derecha, mastica chicle con frenesí. El escritor chileno Rafael Gumucio, al otro costado, se sumerge en su asiento de la sala del Centro Cultural Gabriela Mistral, sede de Santiago a Mil.

Ayer jueves 19 de enero los espectadores informados saben de qué va la cosa y esperan con más o menos expectativas ver el resultado de este trabajo de una de las directoras de teatro argentinas más destacadas del momento con un grupo semiamateur de actores chilenos.
Lola Arias http://www.revistaenie.clarin.com/escenarios/teatro/Lola-Arias-Ciudades-paralelas_0_559744236.html presentó en Santiago en 2011”Mi vida después” (estrenada en Buenos Aires en 2009 y con 18 giras en Europa y América Latina) , en la que seis jóvenes actores hacen  un recuento de la historia argentina de los últimos 30 años, a partir de sus propias vivencias bajo la dictadura y “El año en que nací” http://www.santiagoamil.cl/es/?p=7835 es la versión chilena de esa obra aclamada en su país de origen.

Arias escribió esta obra y la dirigió pero – según nos dijo- los actores contribuyeron en gran parte para reconstruir la época en que nacieron y crecieron hasta llegar a la adultez (entre 1973 los años posteriores). La técnica se llama “biodrama” y alude al hecho de llevar las biografías reales al escenario, cuestión que la directora trasandina ha usado en varias de sus obras. El asunto se refuerza con la lectura de cartas, proyección de antiguas fotos etc. La premisa de Lola es que “los documentos si se utilizan inteligentemente pueden revelar muchos secretos” y en el caso de la obra chilena, una de las actrices descubrió quién era su verdadero padre mediante la circulación pública de una foto de quién creía su padre (al que nunca había conocido).

 Esa intimidad develada, con cartas muy personales, fotos de álbum familiar, la puesta en escena de escenas  que están en el imaginario colectivo y los recuerdos y anécdotas – surgidos de una investigación intensa- van apareciendo sabiamente dosificados en la obra. A ratos se escuchan risas, pero la mayor parte del tiempo el silencio muestra en forma elocuente que la historia vivida y los acontecimientos más recientes (el relato abarca hasta las movilizaciones estudiantiles de este año) duelen.

Vicaría, Dina, Chacarillas, Yumbel, Frente Patriótico, Plebiscito desfilan como palabras claves. La visita del Papa, la elección de Bolocco como miss Universo; el regreso de Pinochet de Londres, los apagones descritos desde el recuerdo de alguien que era niño en la época (en los 80), provocan risa. Una figura pedaleando tras una pantalla, para lograr un efecto de sombra, me hace recordar el afiche de la película “Machuca” y toda su carga emocional. Los actores en el escenario se mueven ligeros y también ágil es su memoria para recordar tanto texto. El uso de recursos de la tecnología digital, como la proyección directa de imágenes filmadas en el escenario, junto con la música tocada en vivo alivianan los largos parlamentos. Por eso, las casi dos horas que dura la obra, transcurren casi sin peso.

La historia, los personajes 

Once historias trascurren en el escenario. Están, por ejemplo, la de un hijo de un grumete de marina que cuenta cómo su padre se convirtió en un militar mientras entrenaba en la isla Quiriquina; la del hijo de un funcionario de Investigaciones que transita ubicuamente del gobierno de Unidad Popular a la dictadura; la del hijo de uno de los fundadores de Patria y Libertad; la de de la hija de militantes del Mapu y aquellas de dos hijas de miristas (una asesinada y exhibida en la vía pública en el falso enfrentamiento de Fuenteovejuna) . Y también la de la hija de una ex enfermera del hospital militar, que ofrece distintas versiones para explicar el padre ausente (chofer de turbus; piloto de aviación, militar) ninguna de las cuales  resulta ser la verdaderal, porque tras un dato recabado mientras hacía el taller del cual surgió la obra obtuvo una pista que le permitió saber que en realidad es un carabinero actualmente preso por matar y torturar a dos prisioneros políticos.

En la obra argentina hubo una sorpresa igualmente dramática; una de las chicas descubrió que su hermano era una de esas guaguas secuestradas en campos de detención de presos políticos y dadas en adopción.

No es casual que esto pase en las obras de Lola Arias. Ella ha declarado que le interesa producir “un teatro que trabaja sobre la vida y hace que la vida se aparezca”  reconoce en este imperativo la formación con maestros de teatro para los cuales “el actor no era el emisario de un texto ajeno sino alguien que podía producir su propia textualidad”.

Arias como muchos talentos de su generación – nació en 1976, año de comienzo de la dictadura militar argentina- desarrolla su creatividad en diversas áreas: literatura, música, perfomance, teatro. Ha estado en Alemania, berlín, Suiza, Londres presentando otras obras de su creación como la perfomance en espacios públicos “Ciudades paralelas” http://www.youtube.com/watch?v=EGS5YxaRcL8. Con el músico Ulises Conti hizo el disco “El amor es un francotirador”, a partir de cuyo texto el actor y director chileno Néstor Cantillana ha montado una obra con el mismo nombre. Y un libro suyo de cuentos  acaba de ser publicado.

Pero su mayor capital sigue siendo el teatro, la representación; allí recopila, mezcla, edita hasta llegar a resultados como las obras mencionadas que la han puesto en el lugar que está.