(Foto archivo Santiago a Mil)
Arriba
del escenario diez actores corren como si se tratara de la maratón por la
educación, mientras uno anuncia con un altavoz el número del año que cada uno
representa. Abajo, en las butacas, el amigo sentado al lado izquierdo de la joven
directora de la obra le susurra: “¿Y esto no era un ensayo?” Ella le responde
medio afligida: “Síiii , pero está todo el mundo”. Su compañero de la derecha, mastica
chicle con frenesí. El escritor chileno Rafael Gumucio, al otro costado, se
sumerge en su asiento de la sala del Centro Cultural Gabriela Mistral, sede de
Santiago a Mil.
Ayer jueves 19 de enero los espectadores informados saben de qué va la cosa y
esperan con más o menos expectativas ver el resultado de este trabajo de una de
las directoras de teatro argentinas más destacadas del momento con un grupo
semiamateur de actores chilenos.
Lola
Arias http://www.revistaenie.clarin.com/escenarios/teatro/Lola-Arias-Ciudades-paralelas_0_559744236.html presentó en Santiago en 2011”Mi
vida después” (estrenada en Buenos Aires en 2009 y con 18 giras en Europa y
América Latina) , en la que seis jóvenes actores hacen un recuento de la historia argentina de los
últimos 30 años, a partir de sus propias vivencias bajo la dictadura y “El año
en que nací” http://www.santiagoamil.cl/es/?p=7835
es la versión chilena de esa obra aclamada en su país de origen.
Arias
escribió esta obra y la dirigió pero – según nos dijo- los actores contribuyeron
en gran parte para reconstruir la época en que nacieron y crecieron hasta
llegar a la adultez (entre 1973 los años posteriores). La técnica se llama “biodrama”
y alude al hecho de llevar las biografías reales al escenario, cuestión que la
directora trasandina ha usado en varias de sus obras. El asunto se refuerza con
la lectura de cartas, proyección de antiguas fotos etc. La premisa de Lola es
que “los documentos si se utilizan inteligentemente pueden revelar muchos
secretos” y en el caso de la obra chilena, una de las actrices descubrió quién era su verdadero padre mediante la
circulación pública de una foto de quién creía su padre (al que nunca había
conocido).
Esa intimidad develada, con cartas muy personales,
fotos de álbum familiar, la puesta en escena de escenas que están en el
imaginario colectivo y los recuerdos y anécdotas – surgidos de una
investigación intensa- van apareciendo sabiamente dosificados en la obra. A ratos
se escuchan risas, pero la mayor parte del tiempo el silencio muestra en forma
elocuente que la historia vivida y los acontecimientos más recientes (el relato
abarca hasta las movilizaciones estudiantiles de este año) duelen.
Vicaría,
Dina, Chacarillas, Yumbel, Frente Patriótico, Plebiscito desfilan como palabras
claves. La visita del Papa, la elección de Bolocco como miss Universo; el
regreso de Pinochet de Londres, los apagones descritos desde el recuerdo de
alguien que era niño en la época (en los 80), provocan risa. Una figura
pedaleando tras una pantalla, para lograr un efecto de sombra, me hace recordar
el afiche de la película “Machuca” y toda su carga emocional. Los actores en el
escenario se mueven ligeros y también ágil es su memoria para recordar tanto
texto. El uso de recursos de la tecnología digital, como la proyección directa
de imágenes filmadas en el escenario, junto con la música tocada en vivo alivianan los
largos parlamentos. Por eso, las casi dos horas que dura la obra, transcurren casi
sin peso.
La
historia, los personajes
Once
historias trascurren en el escenario. Están, por ejemplo, la de un hijo de un grumete
de marina que cuenta cómo su padre se convirtió en un militar mientras
entrenaba en la isla Quiriquina; la del hijo de un funcionario de
Investigaciones que transita ubicuamente del gobierno de Unidad Popular a la
dictadura; la del hijo de uno de los fundadores de Patria y Libertad; la de de
la hija de militantes del Mapu y aquellas de dos hijas de miristas (una
asesinada y exhibida en la vía pública en el falso enfrentamiento de
Fuenteovejuna) . Y también la de la hija de una ex enfermera del hospital
militar, que ofrece distintas versiones para explicar el padre ausente (chofer
de turbus; piloto de aviación, militar) ninguna de las cuales resulta ser la verdaderal, porque tras un dato
recabado mientras hacía el taller del cual surgió la obra obtuvo una pista que
le permitió saber que en realidad es un carabinero actualmente preso por matar
y torturar a dos prisioneros políticos.
En la obra argentina hubo una sorpresa igualmente dramática; una de las chicas
descubrió que su hermano era una de esas guaguas secuestradas en campos de
detención de presos políticos y dadas en adopción.
No
es casual que esto pase en las obras de Lola Arias. Ella ha declarado que le interesa
producir “un teatro que trabaja sobre la vida y hace que la vida se aparezca” reconoce en este imperativo la formación con
maestros de teatro para los cuales “el actor no era el emisario de un texto
ajeno sino alguien que podía producir su propia textualidad”.
Arias
como muchos talentos de su generación – nació en 1976, año de comienzo de la
dictadura militar argentina- desarrolla su creatividad en diversas áreas:
literatura, música, perfomance, teatro. Ha estado en Alemania, berlín, Suiza,
Londres presentando otras obras de su creación como la perfomance en espacios
públicos “Ciudades paralelas” http://www.youtube.com/watch?v=EGS5YxaRcL8.
Con el músico Ulises Conti hizo el disco “El amor es un francotirador”, a
partir de cuyo texto el actor y director chileno Néstor Cantillana ha montado
una obra con el mismo nombre. Y un libro suyo de cuentos acaba de ser publicado.
Pero su mayor capital sigue siendo el teatro, la
representación; allí recopila, mezcla, edita hasta llegar a resultados como las
obras mencionadas que la han puesto en el lugar que está.