viernes, 5 de marzo de 2010

Las otras redes


En estos días de terror- no exagero, nunca tuve tanto miedo en anteriores terremotos y los he vivido en su propio epicentro- la cercanía de amigos/as y conocidos con quien la vida alguna vez nos cruzó ha sido un gran consuelo.

Sin haber sufrido en carne propia las peores consecuencias, la imagen de una vasta parte del país destruido en sus cimientos materiales y en su alma provoca sentimientos de dolor, desesperanza y miedo.

Durante los primeros días estuvimos como hipnotizados frente a la televisión o con la radio casi pegada a la oreja tratando de saber a través de esos medios de los parientes o amigos de quienes no teníamos noticias o intentando conocer la magnitud del desastre que cada día se veía mayor.

Hasta hoy cada réplica- unas fuertes otras casi imperceptibles- nos recuerda el enorme desplazamiento de las placas tectónicas que según dicen hasta cambió el eje de la tierra y nos reaviva el miedo.

Surgen las campañas más variadas de solidaridad y ante los reclamos de que la ayuda no llega , muchos optan por hacer aportes más pequeños, por ofrecer sus casas para acopiar víveres, ropas , materiales de aseo , para llevarlos en sus propios medios de transporte a los lugares que conocen o conocieron y que hoy están destruidos . Creo ver ahí un modo de reconstrucción del tejido social, ese que se ha visto tan averiado en estos días en que para algunos pareciera que la única vía posible de auxilio debe venir desde arriba, cuanto más alto en la pirámide jerárquica y cuanto más autoritario el modelo mejor. Entonces, estas formas aunque no sean del todo eficaces resultan saludables y democráticas, porque cada quien elige dónde dar y qué y se instala una cadena horizontal de solidaridad.

Uno de las iniciativas que más me ha gustado es la del “Ejército de juguetes”, destinada a los niños y a los grandes con alma de tales y encabezada por jóvenes . Lo que se recolecte irá a Iloca “para los niños que han perdido un pedacito de su infancia con el terremoto”.

Esta propuesta me hace recordar un paquete que nos entregaron con gran solemnidad en el patio del colegio, después de un terremoto el año 66. Contenía lápices de cera, un block de dibujo, figuritas para recortar, lanas de distintos colores, gruesos palillos para tejer y una pequeña pelota de goma No sé qué pensaron mis compañeras, pero yo lo recibí como si se tratase de un tesoro.

Iloca está en la costa del Maule cerca de Curicó . Es un balneario que fue destruido en un 70 por ciento por la ola gigante que vino después del terremoto y que en todas partes del mundo llaman tsunami (menos aquí, donde no quisieron rendirse frente a la evidencia).

No conocí Iloca, pero estuve en Llico playa situada un poco más al norte y que fue menos afectada y aunque la población alcanzó a huir del maremoto, lo perdió todo o casi todo. Allí comí los lenguados a la plancha más ricos que recuerde, en una residencial que hoy aparece en las fotos con un bote incrustado en su frontis (o a lo mejor se trata de una de las ventanas de los dormitorios que daban a la playa).

El contraste de este lugar tan sin pretensiones con Vichuquén – lugar de veraneo de los terratenientes de la zona, de las antiguas familias agrarias y de algunos como Max Marambio ( ex GAP, ex revolucionario, ex financista de la candidatura de Marco Enríquez Ominami a la Presidencia, ex dueño de la Universidad ARCIS)- resultaba de una evidencia abrumadora. Allí los ricos y sus helicópteros, sus camionetas de doble tracción, su mujeres flacas y estiradas y acá los pobres con sus casas de adobe, sus carretones tirados por caballos, sus cantantes de rancheras, sus negocios para las “faltas” y su cálida sencillez.

Descubrí Llico hace unos cinco años, durante un viaje de fin de semana largo. Recorrí en auto la zona de Colchagua y una parte de la costa del Maule y de O’Higgins, pasando por por San Fernando y por muchos pueblitos que parecían haberse detenido en el tiempo, con sus casas de adobe de grandes corredores asentados en pilares. Gran parte de estas quedaron destruidas y con ellas una parte de la historia de este país, una forma de vida, un reservorio de bucolismo frente a ala avasalladora modernidad

Cerca de Llico se encontraba la Reserva Nacional Laguna Torca paraíso de ornitólogos. Allí permanecimos largos momentos viendo a las familias de cisnes y garzas de patas rojas. ¿Cómo se habrán guarecido los pájaros de la fuerza desatada de la naturaleza?

Me pregunto que habrá sido de los dueños del negocio de Boyeruca donde paramos con la pretensión de encontrar un café. La amable dueña del lugar solamente podía ofrecernos te, pero nos hizo traer un plato de ostras japonesas recién recogidas de a zona de cultivo en una desembocadura (creo). Y de despedida nos regaló un gordo pan amasado recién sacado del horno “para el camino”.

También Boyeruca fue arrasado, como Iloca, como Dao y como docenas de pueblitos más al interior del Maule , de O’higgins y de la región del Bío Bío, así como el balneario de Dichato o la caleta de Coliumo, territorios de aventuras y ensoñaciones de mi niñez y adolescencia .

Todavía no se logra dimensionar la magnitud de este terremoto tanto desde el punto de vista de sus secuelas físicas como emocionales (¿se logrará alguna vez?) . Hoy tengo más esperanzas que ayer en la recuperación: hurgando en el vasto mar cibernético veo más y más reacciones frente al desastre. No es sólo un espacio propicio para buscar personas, sino también un modo distinto de informarse – más desde lo cotidiano- organizarse, reaccionar, dar y recibir consejos. Notable es en este aspecto el sitio www.plataformaarquitectura.cl/ que hasta ofrece el dato para salir de dudas sobre la estabilidad de las viviendas afectadas por el sismo.

No sé si este sea el mejor camino, pero en estos días en que tantas de nuestras certezas se han pulverizado (dust in the wind, cantaría Alejandro con sonrisa mefistofélica atusándose el bigote) ¿por qué no explorar otros?




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